SALUDO PASTORAL DEL OBISPO
Barrancabermeja, 9 de octubre de 2016
Reciban un cariñoso saludo.
Los resultados del plebiscito donde ganó el NO, nos dejan una serie de mensajes:
- El reconocimiento y aceptación por parte del Señor Presidente de la República de los resultados de dicha votación, independientemente de estar a favor o en contra de él, objetivamente hay que reconocer su respuesta como demócrata que fortalece la democracia colombiana, quien en últimas salió ganando.
- Que el Presidente Santos reciba el premio nobel de la paz es un estímulo más para comprometernos todos y todas en su construcción; es una oportunidad más para deponer odios e intereses particulares; es una llamada a la fraternidad; es escuchar a los jóvenes que no quieren más violencia, que quieren el fin de la guerra y nos piden una forma nueva de relacionarnos como hermanos.
- El momento actual genera muchas incertidumbres y aviva muchas sensibilidades, por lo cual todos y todas necesitamos una dosis muy alta de serenidad, de esperanza y de tolerancia.
- Desde nuestra fe en el Señor Jesús, estamos llamados:
- A la reconciliación[1] según San Pablo y que podemos sintetizar en las siguientes características:
¿Qué es la reconciliación en el pensamiento paulino?
Respuesta: el crear de Dios - su iniciativa divina - manifestado en Cristo y operante gracias a su mediación.
¿Cómo sucede, entonces, la reconciliación?
Respuesta: en Cristo, por medio de la creación de una situación nueva, un ser humano nuevo, una humanidad nueva en la cual no subsisten ya las causas de la división.
¿Cómo sucede esta nueva creación?
Respuesta: sucede pacíficamente, haciendo las pases y no pacificando; se construye de abajo hacia arriba y no se impone de arriba hacia abajo.
¿Cuáles son los criterios para hacer las paces?
Respuesta: la unidad, la unidad del cuerpo nuevo con su cabeza, la unidad de la humanidad nueva, la unidad orgánica del tejido social, unidad que no elimina las diferencias, ni los sujetos, sino las causas de las diferencias y los motivos de la división.
¿Cuál es el resultado?
Respuesta: Quienes han sido reconciliados, en Cristo, también son justicia de Dios, por eso son embajadores, en Cristo, también son justicia de Dios, por eso son embajadores de la reconciliación, han sido habilitados para guiar a otros en el mismo camino.
Claramente aparece que hemos de dejarnos reconciliar por Cristo y ser a la vez embajadores de la reconciliación para hacer las cosas nuevas permitiendo recomponer lo dividido.
El Papa Juan Pablo II afirmó: ofrece el perdón, recibe la paz[2].
Es la hora de decidirse a emprender juntos y con ánimo resuelto una verdadera peregrinación de paz, cada uno desde su propia situación… caminar juntos, cuando se arrastran experiencias traumáticas o inclusos divisiones seculares no es fácil.
El papa nos invita para que busquemos la paz por los caminos del perdón y afirma: soy plenamente consciente de que el perdón puede parecer contrario a la lógica humana, que obedece con frecuencia a la dinámica de la contestación y de la revancha. Sin embargo, el perdón se inspira en la lógica del amor, de aquel amor que Dios tiene a cada hombre y mujer, a cada pueblo y nación, así como a toda la familia humana.
Pero si la Iglesia se atreve a proclamar lo que humanamente hablando, puede parecer una locura, es debido precisamente a su firme confianza en el amor infinito de Dios. Dios es rico en misericordia y perdona siempre a cuantos vuelven a Él (Cfr. Ez. 18,23).
El perdón de Dios se convierte también en nuestros corazones en fuente inagotable de perdón en las relaciones entre nosotros ayudándonos a vivirlas bajo el signo de una verdadera fraternidad.
Según Pablo VI[3] es un modo de ejercitar la misión apostólica; es un arte de comunicación espiritual. Sus caracteres son los siguientes:
ü La claridad ante todo: el diálogo supone y exige la inteligibilidad: es un intercambio de pensamiento, es una invitación al ejercicio de las facultades superiores del hombre; bastaría este solo título para clasificarlo entre los mejores fenómenos de la actividad y cultura humana, y basta esta su exigencia inicial para estimular nuestra diligencia apostólica a que se revisen todas las formas de nuestro lenguaje, viendo si es comprensible, si es popular, si es selecto.
ü La afabilidad, la que Cristo nos exhortó a aprender de El mismo: Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón; el diálogo no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo. Su autoridad es intrínseca por la verdad que expone, por la caridad que difunde, por el ejemplo que propone; no es un mandato ni una imposición. Es pacífico, evita los modos violentos, es paciente, es generoso.
ü La confianza, tanto en el valor de la propia palabra como en la disposición para acogerla por parte del interlocutor; promueve la familiaridad y la amistad; entrelaza los espíritus por una mutua adhesión a un Bien, que excluye todo fin egoístico.
ü La prudencia pedagógica, que tiene muy en cuenta las condiciones psicológicas y morales del que oye: si es un niño, si es una persona ruda, si no está preparada, si es desconfiada, hostil; y si se esfuerza por conocer su sensibilidad y por adaptarse razonablemente y modificar las formas de la propia presentación para no serle molesto e incomprensible.
En este camino es necesario pedir constantemente la presencia del Señor y la gracia que Dios ofrece al hombre para ayudarlo a superar sus fracasos, para arrancarlo de la espiral de la mentira y de la violencia, para sostenerlo y animarlo a volver a tejer, con renovada disponibilidad, una red de relaciones auténticas y sinceras con sus semejantes[4].
Que en estos momentos difíciles de nuestra patria y, al mismo tiempo preñados de esperanza, la Virgen Auxiliadora, Virgen de los tiempos difíciles, ayude a serenar nuestros corazones, a reconocer la diversidad, a fortalecer la tolerancia y a buscar caminos de fraternidad para todos juntos construir la paz tan deseada.
Afectísimo,
+ CAMILO
Obispo de Barrancabermeja
[1] Cfr. Granados Rojas J.M., La teología de la reconciliación en las cartas de San Pablo, Ed. Verbo Divino, Navarra, 2016
[2] Juan Pablo II, Jornada Mundial de oración por la paz, 1 de enero de 1997.
[3] Cfr. Pablo VI, Ecclesiam Suam, No. 83
[4] Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, No. 45.